Leo un interesante post en Linkedin. Teletrabajo y escapismo. Esas cosas. La fuga perpetua, evitar conversaciones incómodas, vergüenzas… Está bien. Voy a comentar lo que pasa por mi cabeza cuando veo «teletrabajo» o «trabajo en remoto», ya que lo he sufrido y disfrutado a la vez y sigo buscándolo a pesar de todo.
Sufrido. Depende de la situación personal. Tener claro que el puesto de trabajo es justo eso y no compartirlo con el resto de la casa es fundamental. «Oye, cuando puedas acerca a buscar el pan» o cualquier variante, no es aceptable. Mientras estás trabajando no estás en tu casa, estás en tu oficina personal. Puede ser difícil de aplicar. Algunas personas lo consiguen aislándose del resto de la casa. Puerta cerrada. El horario es importante. Como freelance no hay nada establecido, sin embargo trabajando bajo contrato es más que probable que haya que respetar un horario. Trabajar en pijama no es una opción. Conozco a más de uno que de buena mañana se vestía con traje y corbata para ponerse a trabajar. «Si me llama un cliente y tengo que salir en 10 minutos, no puedo perder el tiempo». Buena decisión. Así que sufrir lo que es sufrir no es exacto. Quiero decir que habrá quien piense que esto del teletrabajo es el Shangrilá laboral. Levantarse a cualquier hora, conectarse desde la playa o desde las nieves de los Alpes, trabajar cuatro horitas… y a cobrar a final de mes. Pues no, no es así.
Disfrutado. Depende de la situación personal. Como todo. No hay patrón para cómo funcionamos los humanos. El mayor beneficio de trabajar en remoto, en mi caso concreto, es el ahorro en tiempo de viajes hacia la oficina. Dos o tres horas diarias de transporte público o privado. Con todos los inconvenientes: tiempo desaprovechado, cansancio, coste, etc. Más de 600 horas anuales nada menos. ¿Cuánto vale nuestro tiempo? Esas horas se comen vida familiar, descanso, estudio, ocio… Es casi un mes de nuestra vida. Sólo por eso vale la pena el teletrabajo. Y también para no oír los auriculares del compañero con la música a todo trapo (con lo que uno no oye música, si no sólo ruidito «chiu chiucccc chiuuuu chum chum chiuuu», muy molesto. Para no disfrutar de los aromas de las comidas varias de cada cual. Y para todo tipo de molestias de tipo social. Sin ser sociópata bien es cierto que hay ocasiones en las que es mejor estar a solas para pensar y desarrollar una idea. Ello no quita que los meetings o reuniones online sean necesarios y muy útiles.
No entro en la conciliación familiar, que también es un factor importante del teletrabajo. Me interesa más hablar de esos aspectos que abren la posibilidad de la sospecha ante el escapismo, el fraude directamente y el absentismo encubierto.
El buen profesional no caerá en la tentación de escurrir el bulto o escaquearse protegido tras una pantalla. Tampoco lo hace un comercial pateando las calles, ¿no es cierto? Hay sistemas de control para evitarlo, incluso de vigilancia extrema que entra dentro de la intrusión y violación de la privacidad. No hace falta llegar a tanto. Los resultados cantan, y si no se trabaja éstos dirán la pura verdad. ¿Qué problema hay entonces? ¿Que un día estés dos horas mirando al tendido y al siguiente pases toda la noche trabajando como un mulo? Eso ocurre. No es bueno para nadie, excepto desde el punto de vista de «compensar las horas perdidas». Bien. Si no es lo habitual es aceptable. Convertirlo en norma es prostituir la idea del trabajo en remoto. Un control de las horas trabajadas, aunque sea con un simple papel y lápiz nos ayuda a no irnos de madre y mantener las buenas prácticas en ambos sentidos.
Hay cientos de páginas en la red con todos los consejos del mundo sobre cómo plantear el espacio y el puesto de trabajo en casa, cómo mantener un horario, cómo evitar distracciones, etc. También sobre esas buenas prácticas, que ya deberían llevarse encima como profesionales que somos. Quien se pase el día en Facebook en una oficina está claro que en casa lo hará igual o incluso más.
Enfrentarse al jefe, a discusiones o debates cara cara y a la interacción social no se evita con el trabajo remoto. Para eso están las videoconferencias. Pueden ser tan amables o tan duras como las reuniones cara a cara. A mí no me sirve como excusa o razón para teletrabajar.
En resumen, teletrabajo no es sinónimo de panacea, es tan sólo otra opción de trabajo con sus ventajas e inconvenientes. La pandemia ha provocado un aumento exponencial de los puestos remotos en muchos sectores en los que la idea ni se planteaba. Una de las pocas cosas positivas que ha tenido el Covid-19. En el sector IT y más en desarrollo ya hace mucho tiempo que se usa el teletrabajo parcial o total. Nuestros productos son ubicuos por lo que es absurdo desplazarse a una oficina sólo para «ver cómo estás trabajando». No dejemos que algunas manzanas en mal estado destruyan este sistema.